Comentario
El califato había fomentado precisamente que se agruparan en Córdoba gran número de obras de literatos y de sabios, que hicieron de la ciudad el mayor centro de cultura en el Occidente mediterráneo. Conocemos el mecenazgo particularmente activo de al-Hakam II, cuando todavía era príncipe heredero a partir del 940 y después como califa. Empleó los inmensos medios de los que disponía para constituir una biblioteca considerable, que comprendía decenas de miles de obras, algunos autores hablando de hasta 400.000 volúmenes. El califa mandaba buscar las obras en todo el mundo y se dice por ejemplo que envió a un mensajero especial a Iraq encargado de comprar de Abu l-Faray al-Asfahani, por mil dinares, una copia de su obra El libro de las canciones que acababa de escribir y que apenas se había difundido en Oriente. Hay que destacar que este centro no era el único de su género en Córdoba aunque, evidentemente, ninguna otra biblioteca gozaba de esta amplitud. Según Ibn Bashkuwal, autor del siglo XII, el cadí Abd al-Rahman b. Futays habría tenido a su servicio a seis escribas que se dedicaban a copiar manuscritos. Su biblioteca se habría vendido tras su muerte por unos 40.000 dinares.
Por otro lado, al-Hakam atrajo sistemáticamente en su capital a gran número de sabios y letrados orientales. Así Abu Ali al-Kali, célebre filólogo de origen armenio, que había estudiado en Bagdad durante un cuarto de siglo, se instaló en al-Andalus desde el año 941. Rodeado de los mayores honores, renovó la enseñanza de la filología árabe, dedicó algunas obras a al-Nasir y, hasta su muerte en el 967, formó discípulos entre los cuales destacará el sevillano al-Zubaydi, escogido posteriormente por al-Hakam II como preceptor del futuro califa Hisham II. Algunos letrados llegaron también del Magreb entre los cuales el qairawaní al Jushani, que nos dejó uno de los textos más interesantes para el conocimiento de la civilización de al-Andalus durante la época del emirato y del califato, titulado Historia de los cadíes de Córdoba.
La concentración de tales medios permitió que se desarrollaran rápidamente, en una metrópoli inmensa para la época, todas las ciencias practicadas entonces en el mundo musulmán. Aparte del florecimiento de los tratados de las ciencias jurídico-religiosas y de la filología, hay que subrayar en particular la redacción de una serie importante de obras históricas que, contrariamente a la obra literaria de Ibn Rabbihi, fueron la base de una historiografía propiamente andalusí. Aunque esta historiografía se interesaba esencialmente por las tradiciones relativas a la historia local, se trataba de una historia árabe que debía poco a las eventuales influencias hispánicas. Esto no excluye la utilización de datos proporcionados por algunas traducciones de obras latinas en España, pero semejante transmisión de saber en el marco autóctono sigue siendo un hecho excepcional.
Si un texto latino como la Historia adversus paganos del historiador de origen español Pablo Orosio se conoció durante el califato, no se debió -y no hay que olvidarlo- a una transmisión local de la obra sino que el Basileus la había enviado a Abd al-Rahman III, junto con otras obras griegas entre las cuales la obra de Dioscorides De materia medica. Ya hemos hablado de al-Jushani; además hay que mencionar a Ibn al-Qutiya, autor de Historia de la conquista de al-Andalus y sobre todo, a Ahmad al-Razi (muerto en el 955), autor de un conjunto de obras históricas y geográficas, entre las cuales destaca su Descripción de España, muy utilizada por los autores posteriores, de la que sólo se han conservado traducciones tardías en castellano y portugués. Hay que mencionar también al hijo de éste, Isa al-Razi, cuya obra Anales palatinos sólo conservamos a través de la obra de Ibn Hayyan, el gran historiador del siglo XI, que hizo gran uso de ella. Dentro del género histórico hay que englobar la obra de Ibn al-Faradi, Historia de los sabios de al-Andalus, repertorio de letrados y sobre todo de doctores en las ciencias jurídico-religiosas, que tuvo gran influencia en la evolución de la historiografía posterior y sirvió de modelo para los posteriores autores de los diccionarios bio-bibliográficos.
Sobre todo al final del califato, la literatura andalusí, formada por maestros orientales en un contexto a la vez urbano y cortesano, comparable al de Bagdad en su época de mayor desarrollo, y levantada gracias a la clara ambición de los omeyas de recrear alrededor de ellos un universo intelectual digno de su prestigioso antecedente iraquí, alcanzó el nivel anhelado, se mantuvo en él y hasta lo rebasó en la época de las taifas. El mayor poeta de la época era Ibn Darray al-Qastali (958-1030), que empezó su carrera como poeta oficial en el 992, al servicio de al-Mansur, la prosiguió con su hijo al-Muzaffar y la terminó, como lo vimos antes, desplazándose entre las cortes de los emires de taifas en trance de formación en Ceuta, Almería, Valencia, Tortosa y Zaragoza. Se le ha comparado con frecuencia a al-Mutanabbi (muerto en el 956), el gran poeta de la corte del hamdaní Sayf al-Dawla de Aleppo, que escribía en un contexto histórico comparable con el de al-Andalus amiri y a quien al-Qastalli tomó por modelo. En la síntesis sobre literatura elaborada para el volumen de la Historia de España de Menéndez Pidal sobre las taifas, Teresa Garulo escribe sobre Ibn Darray que "sin ser como al-Mutanabbi, sus poemas alcanzan un nivel de perfección formal y conceptual que, junto con su presencia en antologías orientales de la época, nos indica que se ha producido ya una asimilación absoluta de la última poesía árabe".
La misma autora añade, sin embargo, que Ibn Darray utilizó un género poético de forma más personal que sus antecesores. Considerando las observaciones de Blachére y de Monroe, encuentra en su poesía una especie de falta de discreción poco usual entre los autores árabes que le llevó a interesarse notablemente por los lazos familiares y por los sentimientos que los acompañan. Garulo escribe que "es posible que detrás de esta falta de discreción se pueda ver un reflejo de la posición de la mujer entre los beréberes, así como un rasgo de su psicología, pues parecen mucho menos reticentes que los árabes a hablar de las mujeres de la familia, como puede observarse leyendo las Memorias de Abd Allah". Me parece que hace algunos años, antes de que se produjera una cierta revalidación, algo polémica, de la presencia beréber en al-Andalus, no se habría formulado nunca una hipótesis de este tipo.
El que la literatura andalusí tomara en consideración la psicología de la mujer y los sentimientos amorosos masculinos más refinados que los que había expresado la poesía árabe oriental, incluso la de tipo cortesano, durante mucho tiempo se ha atribuido a las influencias occidentales en la civilización de la España musulmana. A este respecto, sólo podemos recordar los debates que tuvieron lugar en torno a estos problemas y remitirnos a la interesante colaboración de Teresa Garulo en la Historia de España de Menéndez Pidal que hemos mencionado. En ella encontramos excelentes puntualizaciones tanto sobre el Collar de la Paloma de Ibn Hazm, redactado antes de la caída del califato, como sobre las poesías estróficas o muwashahat, que han hecho correr mucha tinta y que se deben tomar en cuenta en este debate.